domingo, 18 de mayo de 2008

LA PODEROSA MUERTE.

- Este pito en el oído me está matando – pensaba mientras se acercaba a la humeante taza de té recién hecho y notaba un leve temblor en la casa, seguramente por el paso de algún camión o bus grande en la calle frente a la casa, que provocaba sobre la superficie del té la formación de anillos que iban y venían, entrelazándose, chocándose y repitiéndose hasta detenerse totalmente.

Solo los miró, como hipnotizado y esperó el paso de otro camión o bus para ve el fenómeno repetido, pero no paso nada. De repente sintió miedo, no había ya ningún ruido, ni autos, ni nada, todo solitario, silencioso y el té ahí, estático y humeante. No se atrevía a moverse, porque no se oía nada, solo un irritantemente agudo pito en su oído derecho y un nebuloso silencio que todo lo tapaba en su oído izquierdo, se sentía solo en la oscuridad, aunque la cocina estaba perfectamente iluminada. Sabía, más bien, ahora, que estaba completamente solo, porque ya ni el pito sentía, solo el abrasante, pegajoso y nebuloso silencio omnipresente en su cabeza, sus oídos, en su vida y representado en el té, estático, como todo.

De entre la cortina de silencio que se había formado alrededor suyo escuchó, casi con alivio, el crujir de la madera del pasillo, pero el estaba solo, ese crujido no tenía razón de ser, a no ser que hubiera otra persona en la casa ¿podía eso ser? No se atrevió a mover la mirada, pegada en la pared, viendo como el vapor del té pasaba silencioso y desaparecía más allá de su vista. No se movió tampoco, esperaba otro crujir de madera del pasillo, o un auto pasando, cualquier cosa, incluso el pito, que lo sacara de ese silencio desoxigenado que lo apretaba y asfixiaba. Hasta que lo escuchó, otro crujir de madera, esta vez en la salita ¿había alguien en la casa?, por lo menos el silencio opresor se había roto, por fin, pero volvía de a poco, progresivamente, a encerrarlo.

No sabía que hacer, si llamar para ver quien estaba en la casa o no llamar, seguía sintiéndose solo en un mar de oscuridad, lo que le daba más miedo, porque al parecer si había alguien más en la casa, la madera sonaba de nuevo, y ahora de nuevo en el pasillo, una, dos, tres, cuatro veces, eran pasos. El té seguía estático como un espejo, reflejando los bordes de la taza y su cara de espanto, paralizada por el silencio pegajoso que lo prohibía todo, todo menos esos anónimos pasos que se acercaban y alejaban por el pasillo, iban y venían de la salita y se callaban luego durante largos segundos, o minutos u horas que lo sumían en el más hondo miedo y desesperación.

Sentía a alguien detrás de él ahora, lo sentía ahí, uno con la oscuridad que lo rodeaba y con el silencio que lo mareaba, no se atrevía a mirar, su corazón latía a un nivel casi sobrehumano y le dolía un brazo, el izquierdo. Estaba mareado, mareado de miedo, sabía que de la oscuridad iba a salir algo silencioso, mortal y abrasador, pero no se atrevía a mirar. Hacía ya rato que había parado de pasar el vapor del té frente a sus ojos, pero el silencio lo tenía hipnotizado mirando la pared y la sola idea de mirar hacía atrás, enfrentar al silencio, la oscuridad y el pito que lo mareaban y asustaban aceleraba más aun su corazón que ya de por si latía a vertiginosa velocidad.

Los pasos venían ahora de la salita a la cocina, un crujir que apenas rompía el silencio horroroso se acercaba más y más, hasta que entró a la cocina. Su corazón amenazaba con reventarse. Estaba, ahora sí, detrás de él, la sombra, una con el silencio y la oscuridad, detrás de él, mirándolo fijamente, mientras la frecuencia del pito aumentaba a un tono más y más irritantemente agudo, hasta que finalmente, al mismo tiempo que la sombra silenciosa le tocaba el hombro izquierdo, se detuvo por completo, al igual que su corazón y sus pulmones, su cerebro y sus ojos mientras se daba vuelta y caía muerto frente a la última imagen de su vida: la sombra de la muerte llevándoselo de un zarpazo.

Nunca se supo el porque de su muerte, la autopsia no reveló nada, solo un calambre en los músculos del corazón, los tímpanos reventados y una quemadura pequeña en un hombro, el hombro izquierdo.


aclaración: no es esta mi visión de la muerte, sino una descripción de las sensaciones que me llegan cuando tengo mucha fiebre, generalmente tengo sueños así, como con silencios y cosas estáticas, y movimientos leves y explosiones inentendibles, es bien penca. le puse la muerte, para hacerlo un poco mas tétrico, ojala haya resultado jeje.(xD!)

4 comentarios:

LuLLy, reflexiones al desnudo dijo...

Desde mi blog: Reflexiones al desnudo
Patético relato, me hiciste acordar de una obra de teatro que hicieron unos compañeros cuando estaba en el bachillerato que titulaba como la obra "A la diestra de Dios Padre". La muerte acechando. La muerte debe de contemplarse con aire de armonía, así pienso que debe ser, sublime y con armonía.

Buena forma de llevarme en el relato, felicitaciones Nico.

Un abrazo desde mi Colombia!

LuLLy, reflexiones al desnudo dijo...

Por supuesto que es bueno el cuento, me sumergiste en él y hasta asustar.

Besitos asustados!

ybris dijo...

Terribles silencios ante el pensamiento que grita.
Morir quizás sea una mano abrasadora sobre un un pitido en los oídos.
Aunque lo más probable es que no sea tan terrible: solo un descanso al final de un gran cansancio.

Un saludo, amigo.

Ideasingracia dijo...

Evoqué a un primo del sur que le dice la pelá a la muerte, y siempre hace un relato parecido, me dice: primo en cualquier momento, llega la pelaita, le da un toque en el hombro, y le dice: nos vamos pal otro lao.
Debe ser algo parecido, no creo que se aleje de la veracidad del momento.
Saludos.